jueves, 13 de mayo de 2010

Cronología del miedo (María Chapón)

El sapo

    Lunes.

Entramos Nairobi y yo en aquella barraca inmunda de la feria callejera, y me di cuenta de que la repulsiva alimaña era lo más atroz que podía depararme el destino. Peor que el desprecio y la conmiseración brillando de pronto en una clara mirada.

    Martes.

Hoy fui a comprar el sapo, y el sorprendido saltimbanqui me dio algunos informes acerca de sus costumbres y su alimentación extraña. Entonces comprendí que tenía en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror que mi espíritu podía soportar. Mi paso tembloroso, vacilante, cuando de regreso a la casa sentía el peso leve y denso del sapo. Dentro de aquella caja iba el infierno personal que se instalaría en mi casa para destruir, para anular el otro, al descomunal infierno de los hombres.

Solté al sapo en mi departamento y lo vi saltar como un conejo y ocultarse bajo un mueble, ha sido el principio de una vida indescriptible.

    Miercoles.

Tiemblo en espera de su veneno mortal. Despierto con el cuerpo helado, tenso, inmóvil, porque el sueño ha creado para mí, con precisión, el salto húmedo del sapo sobre mi piel, su peso indefinible, su consistencia de entraña. Sin embargo, siempre amanece. Estoy viva y mi alma inútilmente se apresa y se perfecciona.

    Jueves.

Pienso que el sapo ha desaparecido, que se ha extraviado o que ha muerto. Pero no hago nada para comprobarlo. Dejo siempre que el azar me vuelva a poner frente a el, al salir del baño, o mientras me desvisto para echarme en la cama. A veces el silencio de la noche me trae el eco de sus saltos, que he aprendido a oír, aunque sé que son imperceptibles.

    Viernes.

Encuentro intacto el alimento que he dejado la víspera. Cuando desaparece, no sé si lo ha devorado el sapo o algún otro inocente huésped de casa. He llegado a pensar también que acaso estoy siendo víctima de una superchería y que me hallo a merced de un falso sapo. Tal vez el saltimbanqui me ha engañado, haciéndome pagar un alto precio por un inofensivo y repugnante escarabajo.

    Sábado.

Esto no tiene importancia, porque yo he consagrado a el sapo con la certeza de mi muerte aplazada. En las horas más agudas del insomnio, cuando me pierdo en conjeturas y nada me tranquiliza, suele visitarme el sapo. Se pasea embrolladamente por el cuarto y trata de subir con torpeza a las paredes.

    Domingo.

Estremecida en mi soledad, acorralada por el pequeño monstruo, recuerdo que en otro tiempo yo soñaba en Nairobi y en su compañía imposible.

No hay comentarios: