domingo, 9 de mayo de 2010

Mi miedo mas terrible (Francys Díaz)

Amina

Amina discurre libremente por la casa, pero mi capacidad de horror no disminuye.

El día en que Rodrigo y yo entramos en aquella barraca inmunda de la feria callejera, me di cuenta de que la temible ánima era lo más atroz que podía depararme el destino. Peor que el desprecio y la conmiseración brillando de pronto en una clara mirada.

Unos días más tarde volví para comprar al ánima, y el sorprendido saltimbanqui me dio algunos informes acerca de sus costumbres y su alimentación extraña. Entonces comprendí que tenía en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror que mi espíritu podía soportar. Recuerdo mi paso tembloroso, vacilante, cuando de regreso a la casa sentía el peso leve y denso del espiritu, ese peso del cual podía descontar, con seguridad, el de la caja de madera en que la llevaba, como si fueran dos pesos totalmente diferentes; el de la madera inocente y el de la impura y temible ánima que tiraba de mí como un lastre definitivo. Dentro de aquella caja iba el infierno personal que se instalaría en mi casa para destruir, para anular el otro, al descomunal infierno de las mujeres.

La noche memorable en que la solté en mi departamento y la vi correr y ocultarse bajo un mueble, ha sido el principio de una vida indescriptible. Desde entonces, cada uno de los instantes de que dispongo ha sido recorrido por los pasos del ánima, que llena la casa con su presencia invisible.

Todas las noches tiemblo en espera de su presencia fantasmal que me llevará a la muerte. Muchas veces despierto con el cuerpo helado, tenso, inmóvil, porque el sueño ha creado para mí, con precisión, el contacto cosquilleante de sus cabellos sobre mi piel, su peso indefinible, su consistencia de entraña. Sin embargo, siempre amanece. Estoy viva y mi alma inútilmente se apresa y se perfecciona.

Hay días en que pienso que el ánima ha desaparecido, que se ha extraviado o que ha desvanecido. Pero no hago nada para comprobarlo. Dejo siempre que el azar me vuelva a poner frente a ella, al salir del baño, o mientras me desvisto para echarme en la cama. A veces el silencio de la noche me trae el eco de sus pasos, que he aprendido a oír, aunque sé que son imperceptibles.

Muchos días encuentro intacto el alimento que he dejado la víspera. Cuando desaparece, no sé si lo ha devorado Amina o algún otro inocente huésped de casa. He llegado a pensar también que acaso estoy siendo víctima de una superchería y que me hallo a merced de un falso espiritu. Tal vez el saltimbanqui me ha engañado, haciéndome pagar un alto precio por una inofenciva presencia.

Pero en realidad esto no tiene importancia, porque yo he consagrado al ánima con la certeza de mi muerte aplazada. En las horas más agudas del insomnio, cuando me pierdo en conjeturas y nada me tranquiliza, suele visitarme el espiritu. Se pasea embrolladamente por el cuarto y trata de subir con torpeza a las paredes. Se detiene, levanta su cabeza y mueve sus cabellos.

Parece husmear, agitada, una invisible compañera.

Entonces, entremecida en mi soledad, acorralada por la terrible presencia, recuerdo que en otro tiempo yo soñaba en Rodrigo y en su compañía imposible.

Versión de Francys Díaz sobre el cuento “La Migala”, de Juan José Arreola.

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