domingo, 9 de mayo de 2010

Mi miedo más terrible (Leonardo Puente)

EL DIOS TODO PODEROSO.

La ira de DIOS discurre libremente por la casa, pero mi capacidad de temor no disminuye.

El día en que todos los pecadores y yo entramos en aquel monasterio, me di cuenta que yo me había convertido en una repulsiva alimaña y que era lo más atroz que podía depararme el destino pues no era esta la escencia de mi ser. Esto era peor que el desprecio y la conmiseración pero de pronto surgió un brillo en una clara mirada, era el brillo de la mirada de Dios.

Unos días más tarde volví al monasterio para hablar con Dios, y un monge me enseño algunas formas de cómo yo me puedo comunicar con Dios. Entonces comprendí que tenía en las manos, de una vez por todas, la amenaza de la sabiduría total, el solo hecho de que Dios se pudiera comunicar conmigo para castigarme me producía la máxima dosis de terror que mi espíritu podía soportar. Recuerdo mi paso tembloroso, vacilante, cuando de regreso a la casa sentía el peso leve y denso de una deidad angelical, ese peso del cual podía descontar, con seguridad, el de la caja de madera en que la llevaba, como si fueran dos pesos totalmente diferentes; el de mi alma inocente y el del impuro y venenoso cuerpo de una bestia fornicadora y profanadora que tiraba de mí como un lastre definitivo. Dentro de aquel cuerpo iba el infierno personal que se instalaría en mi casa para destruir, para anular mi propia alma, y al descomunal infierno de los hombres.

La noche memorable en que solté a Dios en mi departamento y lo vi correr como un pájaro de fuego y ocultarse dentro de mí, ha sido el principio de una vida indescriptible. Desde entonces, cada uno de los instantes de que dispongo ha sido recorrido por los pasos de los ángeles, que llena la casa con su presencia invisible.

Todas las noches tiemblo en espera del juicio final. Muchas veces despierto con el cuerpo helado, tenso, inmóvil, porque el sueño ha creado para mí, con precisión, el paso de su justicia sobre mi piel, su peso indefinible, su consistencia de entraña. Sin embargo, siempre amanece. Estoy vivo y mi alma inútilmente se apresa y se perfecciona.

Hay días en que pienso que Dios me ha perdonado, que ha olvidado mi vida pasada. Pero no hago nada para comprobarlo. Dejo siempre que el azar me vuelva a poner frente a él, al salir del baño, o mientras me desvisto para echarme en la cama. A veces el silencio de la noche me trae el eco de sus pasos, que he aprendido a oír, aunque sé que son imperceptibles.

En muchos días de mi vida veo el bien permitido por dios, encuentro intacto el bien en mi vida por dios. Cuando desaparece el bien y surge el mal en mis días, no sé si es que dios se está siendo justicia en mí o es el demonio que me ataca y que también es huésped de mi casa. He llegado a pensar también que acaso estoy siendo víctima de una superchería y que me hallo a merced de una falsa entidad que no es Dios. Tal vez aquel monge me ha engañado, haciéndome pagar un alto precio por mis pecados y mi ignorancia a saber cómo es en realidad mi relación con Dios.

Pero en realidad esto no tiene importancia, porque yo he consagrado a Dios con la certeza de mi muerte aplazada. En las horas más agudas del insomnio, cuando me pierdo en conjeturas y nada me tranquiliza, suele visitarme Dios. Se pasea de forma altiva como reclamándome algo por el cuarto y trata de abrazarme mirándome fijamente a los ojos pero no se qué quiere de mi.

Parece husmear, tranquilo y sereno, un invisible compañero.

Entonces, estremecido en mi soledad, acorralado por el Dios Todopoderoso, recuerdo que en otro tiempo yo soñaba en ser su siervo, su servidor y obtener un lugar al lado de él en los cielos, en la eternidad, en su compañía posible.

Adaptación del cuento "La Migala" de Juan José Arreola

No hay comentarios: